Carta para mi Neurosis

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Ilustración realizada por Josefina Aranguiz Kenny

Es como verte sin verte
porque de verdad
sos una
muralla
mía
propiamente
mía
como el brillo de la mañana cuando entra por las rendijitas de la ventana indicando que es un Viernes de Julio y que faltan veintisiete días para que se venza la leche descremada que hay en la heladera y que la semana que viene tengo que comprar más papel higiénico, porque sólo quedan dieciséis rollos y nunca (pero nunca) puede ser un número par menor a veinte.

Que pelotudo, no voy a poder dejar de pensar en eso el resto del día.

Hay que saber que no existe la esperanza. Uno no puede estar a la deriva utilizando los sentimientos como una balsa o como un bastón. Yo estoy seguro que sos mi super poder, esa premonición acertada que me hace contar las baldosas que hay entre la habitación y el baño, que me anota los sueños en la madrugada o me obliga a sentarme mirando la puerta porque si no van a invadirnos los hinchas de Vélez y nos vamos a morir de infelicidad y ya sé que yo no entiendo nada de fútbol, pero estoy seguro que ser hincha de Vélez debe ser muy triste.
La noche que me di cuenta que eras mi mejor super poder era un jueves de fin de mes, salí a tomar algo pero tranqui y terminé queriendo robar una ambulancia que estaba estacionada en la vereda de enfrente, pero al final desistí porque no tenía la licencia de conducir. Seré borracho, pero responsable. Sentía que el universo zigzagueaba como la banana flotante de Mar del Pata y yo estaba sólo en la neblina delirante queriendo llegar al baño y abrazar el inodoro como debe hacer todo buen borracho cuando el mundo se pone en su contra. Cerré los ojos y vos me llevaste entre las sombras de sueños vivos y de amores despechados, entres las baldosas flojas que están pasando la casa que tiene a los pitufos de mal gusto en la puerta de entrada y las espinas de la rosa que creció torcida en el jardín obsceno de calle San Martín. Encontraste la llave en el repliegue indicado de la mochila y en un solo intento la puerta de mi refugio se abrió de par en par como los ojos de las viejas que, mientras yo vagaba disfrutando la geografía de mi memoria, entraban al gimnasio a una clase de pilates.

Ya sé que, a veces, sos una muralla que sostengo yo mismo para quererte aunque no te quiero.

Mi psicóloga me dijo que volver a poner en escena los conflictos infantiles nunca puede ser considerado una habilidad. Todos los super poderes tiene una contraindicación, o te pensás qué Batman la pasa bien todo el tiempo, le dije, mientras deslizaba un apoya vasos debajo de la jarra de agua que tiene en el escritorio, para que no haga aureolita en ese roble aterciopelado que me hace sentir tan insignificante.

De verdad te quiero, aunque hay veces no te quiero. Ya lo sabés.
Una vez te sentaste en mi pecho y la oscuridad del dormitorio se llenó de pulsiones confusas y de espasmos, los muebles se volvieron sombras y los trofeos ganados se convirtieron en derrotas escandalosas donde el público arrancó las butacas y agitó los brazos muy fuerte reclamando algo incierto. Todos los que me habitan gritaron con la mirada llena de agua y el nado ensordecido que la justicia no depende de vos ni de mí y que esa soberbia o ese ego con el que a veces te manejás, podés metértelo bien en el culo. Esa misma madrugada, donde el techo se convirtió en el espejo de mi mirada confundida, rompí en un llanto desesperado. De esos llantos que te metamorfosean en un chancho que se ríe y te dejan la cara media deformada parecida a la del boludo Julián Weich. Pero los Kleenex estaban ahí, donde debían estar y yo me volví a enamorar de vos y de tus formas porque siempre tenés todo tan ordenadito. Cada cosita en su lugar: por olor, por color, por forma. Me gusta tanto que cada bolsillo haya encontrado su razón de existir y que todas las mañanas los documentos de la oficina me están esperando por fecha de vencimiento consiguiendo el balance simétrico y melódico de las biromes danzando y los clips equilibrados en su prisión imantada. Mi jefe se muere de envidia porque ganará el doble, o el triple, sí, pero es incapaz de tener  un escritorio con tanto paisaje.

Sos esa muralla mía
que codifica las emociones
que calcula los riesgos
y la exposición emocional
antes que nadie
pero por sobre todas las cosas
esos días
donde el aire
está desnudo de sarcasmo
me hacés sentir menos vacío
o al menos
me hacés sentir libre

dentro de la jaula.